Existe una tendencia en la naturaleza humana que es harto desgraciada. Esta afición se llama huir.
Los huidores o huidoras abandonan el barco antes de que se hunda, pero empujan a niños y ancianos para coger el embarque salvador los primeros.
Los que no quieren que los problemas ajenos les salpiquen, se evaporan como por arte de magia y dejan al prójimo en la esquina como si fuera un novio rechazado, con ramo de flores y todo.
Huirán como de la peste al oír la palabra conflicto o enfrentamiento y si hay suerte aparecerán en la portada del periódico con una sonrisa cuando el temporal amaine.
El pirarse cuando hay lío o zafarse de una responsabilidad y endilgarsela al que más cara de tonto tenga en ese momento, es una de las grandes habilidades del huidor.
Aquellas películas de guerra en las que el desertor escondido volvía fingiendo no haber escurrido el bulto son el ejemplo a seguir por esta panda de descastados que hoy son mis amigos y mañana que me va peor evitan el mirarme.
Por eso, la experiencia de pasarlas canutas en un momento dado es una bendición. Es como si hubiéramos comprado gafas de vista cansada y de esta manera, pudiéramos ver de cerca mejor esos dedos de la mano que nos sobran cuando esperamos inútilmente la llamada o el calor de un hipotético amigo.
Así esquivan los dardos del contrincante, agazapados en una esquina, comiendo un bocadillo o leyendo el periódico tranquilamente hasta que la tormenta ha pasado.
Nunca volverán a mirarte de la misma manera. O quizás al revés, los verás como son y han sido siempre, escondidos detrás de una falsa sonrisa intentando, cuando vuelva la fortuna, volver a recuperarte.
Hay que comprar un impermeable. Mejor de esos acorazados, para que no nos salpiquen sus regresos y reapariciones y que sus lágrimas de cocodrilo que fingen cuánto lo han sentido resbalen a sus anchas y caigan al mar de los deshumanizados. Puede ser que allí vivan los peces y que así se regeneren.
Hay que comprar un impermeable. Mejor uno transparente...para mostrar la verdad desnuda, tal cual es, lleno de barro y fango, de culpa y de pecado y así que el que me abrace ,me abrace porque me ama, no porque le conviene que ahora me viene bien.