domingo, 6 de noviembre de 2022

Consuelo de tontos


 Soy antigua. Un facsímil pasado de moda; puedo retornar al 2021 con una facilidad bárbara.  Camina, sin embargo, un pregonero anunciando  desnudas ramas, viriles miembros entrelazados, serpenteando burlones noviembres que van a diciembres junto con mi hambre y mi condena.

Y digo yo, que hemos pasado de la higiene absoluta de hace un año, al descuido total. Ya no importa el salivazo de la tos impertinente en los teatros, con su correspondiente caramelillo envuelto en celofán acústico; tampoco los wáteres públicos sin papel para las manos, ni siquiera nos recomiendan que utilicemos aquel gel con olor a alcohol rebajado. Parece que ya no importa el rebaño vacunado; ahora más que nunca, el reto parece ser que es, llegar a fin de mes, sobrevivir en la precariedad,  mientras se ha recuperado aquel olor a meados en las esquinas de los subterráneos.

Y ¿Qué os digo yo de los besos? Tiempo de carantoñas, sin duda, posesos y  ávidos de lo que no tuvimos. Mientras tanto, muere gente en silencio, pero nosotros no lo sabemos. Tantas veces han anunciado el fin del mundo, que un día puede que llegue de verdad,  y estaremos como el pastor incrédulo: vendrá el lobo por sorpresa (igual en forma de cohete) y a mí, seguro que me pillará tomando un café en una taza vintage, sola, con mi alegría particular.

Y es que íbamos a ser mejores personas, proclamaban los expertos; y viendo ahora, lo que veo, consuelo de tontos, sólo se me ocurre leer a Quevedo y discúlpenme ustedes por ser ya tan mayor y estar tan cansada de tanta tontería: me quedo filosofando.


  "Qué desengaños son la verdadera riqueza":

 ¿Cuándo seré feliz con mi gemido?

¿Cuándo sin el ajeno afortunado?

El desprecio me sigue desdeñado;

la envidia, en dignidad constituido.


U del bien u del mal vivo ofendido;

y es tan insolente mi pecado,

que, por no confesarme castigado,

acusa a Dios con llanto inadvertido.


Temo la muerte, que mi miedo afea;

amo la vida, con saber es muerte;

tan ciega noche el seso me rodea.


Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte,

caudal que en desengaños nos e emplea,

cuanto se aumenta, Caridón , se vierte.


Francisco de Quevedo