viernes, 11 de febrero de 2011
Tenía 17 años cuando leí la vida de Isadora Duncan, una dama que revolucionó el mundo de la danza tradicional y supo marcar un estilo propio transmitiendo por medio de su arte su deseo de vivir, gozar y sufrir.
Esta famosa bailarina murió mientras paseaba con su automovil y su echarpe se enganchó en una de las ruedas traseras del coche ahogándola y rompiendole la columna vertebral.
Su vida privada fué particularmente tormentosa cuando sus dos hijos Deirdre y Patrick murieron y otro hijo más posteriormente , murió también después del parto. A pesar de ello, mantuvo un espíritu combativo que la llevó a luchar por la emancipación de las mujeres y a romper normas estipuladas por una sociedad machista y retrógrada.Su arte, la danza, fué su modo de vida y se consagró a ella, no olvidandose del mundo en el que vivía, ayudando a sus semejantes, dedicándose a la enseñanza y a su escuela.
Decía en sus memorias: "Dad la belleza, la libertad y la fuerza a los niños. Dad al pueblo, el arte que necesita."
Uno de los comentarios periodísticos de aquella época me parece especialmente particular ya que habla de Isadora reflejando perfectamente cómo era su arte: "Cuando Isadora Duncan baila, el espíritu se remonta muy lejos, hasta el fondo de los siglos, hasta la primera mañana del mundo, cuando la grandeza del alma encontraba su libre expresión en la belleza del cuerpo, cuando el ritmo del movimiento correspondía al ritmo del sonido, cuando la cadencia del cuerpo humano entonaba con el viento y el mar, cuando el ademán de un brazo de mujer era como un pétalo de rosa que se expande, y la presión de un pie sobre el césped como una hoja que cae acariciando la tierra."