domingo, 3 de febrero de 2019

El mísero arte que no vende









Erase una vez una minúscula galería de arte en la que solo había  dos cuadros.
Ninguno de los dos tenía título. Ninguno tenía precio. En el primero se leía:

"Cuando dejas una puerta abierta, puede entrar cualquiera...
Se me olvidó cerrarla, dijo una muchacha, pero no me importa que esté abierta.
¿Acaso no sabes que está rota?, preguntaba alguien, ¿Acaso no sabes cómo cerrarla?
Y ella contestó, se quedó permanentemente abierta cuando se rompió."

En el segundo ponía:

"Sería un ejercicio fútil y a la vez dañino, dar un alma sin valor,
no equiparable a ti, pues soy la insignificancia.
Sólo mereces belleza, pureza,
 no rabia y frustración.
Te puedo dar palabras, incluso mi amor silencioso a ti,
 pero nada más que te pueda importar."

Una mujer explicaba así estas obras con voz cansada:
Lo insignificante, puede ser humilde, pequeño, también despreciable, cursi o ridículo. Increíble que dentro de una nimiedad pudiera haber significados tan dispares.
Despreciamos una porción de tierra pensando que tiene más valor que una gran extensión, sin saber que el tesoro oculto puede estar en lo desdeñable.

El modesto, se considera sin importancia. La primera subestimación personal, sin embargo, proviene muchas veces, de nosotros mismos y no tenemos el suficiente amor propio como para valorar nuestra propia tasación. Se  estima generalmente, qué ganancia se puede obtener de beneficio de cada producto. La riqueza por la riqueza.

Dar por dar, no se lleva. Es de tontos. La generosidad es una cortesía  de los torpes de espíritu, de esos inocentes confiados, ridículos insignificantes. Podemos dar palabras, igual algún pensamiento, incluso contar algo íntimo.Pero no podemos dar nuestra alma, porque lo inalcanzable,  es demasiado para nosotros.