Nunca nos cansamos de opinar, quejarnos de lo que no nos gusta. A la mínima salta la frase hiriente o se cose un ribete a la puntilla para rematar. Y eso en si, es lo bueno de la libertad: poder expresar diferentes puntos de vista con una cierta tranquilidad.
Vamos al apunte del pespunte.
Hoy hacían 5 grados cuando salía de casa a trabajar... ¡Qué pintorescas las luces de Navidad chispeantes como el champán recién servido! Colores blancos, azules, rojos, verdes, campanitas, lauburus, muérdagos artificiales y el Belén junto a la iglesia.
5 grados.
Vayas donde vayas, es Navidad, la Pascua de la pandereta y el villancico, del turrón y el mazapán. Y aunque no quieras, del bombón obligado.
Todos los días, en calles menos alumbradas, veo cajas de cartón, de almacenaje, plásticos tendidos en esquinas y manos alargadas como sombras cosechándolas, como oportunidades de asilo ante la incertidumbre de lo que vendrá.
También he visto, comida solidaria despreciada en contenedores, placebos de estupefacientes inservibles para muchos y colas,... largas colas junto a iglesias con clanes activos y concienzudos, pisando fuerte a ancianos sin casa, sin despensa y sin vida.
Los grados que harán en Nochebuena no importan ahora, eso ya se verá.
Y me vienen los recuerdos de las Navidades pasadas. Conciertos para la esperanza. Hoy hablaba de Pandora en mi clase, de su paloma y de su curiosidad.
Recuerdo el olor a humedad de los albergues de noche, el violín que se apagaba de pena, amargura en sus notas. Aquellos ancianos de residencia, oubliettes para el escrúpulo , villancicos entre olores a sospecha de abandono, combustión de la reputación y un poquito de repugnancia.
Lo siento. Es invierno ante todo.
Las calles azules de la noche, me marean con tanto amor hasta aturdirme y me hacen confesar, que yo maté al mayordomo y no lo volveré a hacer más.