domingo, 16 de diciembre de 2012

La enseñanza justa



Digo yo, que la búsqueda de la perfección interna es el mayor honor al que un ser humano puede aspirar. Y como tal honor que representa ,es honorable creer que uno puede llegar a aspirar a ello.

Aquellos que somos conscientes de nuestras propias imperfecciones y errores somos a menudo, pesimistas en lo referido a nuestras capacidades de superación espiritual y pensamos que esa conciencia de la perfección total o semitotal es una estimación para la que no estamos llamados.

El Arte de ser honesto es de por sí difícil ¿ Ponemos  nuestra voluntad en ser imparciales, equilibrados en nuestros juicios, sinceros, trabajando la paciencia , por ejemplo? .
Esa  disposición que nos mueve a aplicar cotidianamente estas directrices internas cuando deseamos lo indeseable o esquivamos la verdad y la realidad ,son ya de por sí ,la mayor honra a la que un ser simple puede alcanzar.

Los que somos profesores o nos dedicamos a la enseñanza tenemos que tomar decisiones diariamente. Muchas veces, aplicando directrices o normas impuestas por el reglamento que nos resultan  duras e injustas. Aún así, las empleamos porque sabemos que el orden que conllevan intrínsecamente en su aplicación es beneficioso.

Tenemos una profesión que exige una gran concentración y una gran honestidad. Nuestra prioridad es enseñar lo que creemos apropiado al nivel de nuestros alumnos y ser ecuánime con ellos.¡Qué engorroso puede ser para un instructor abrir la boca y decir lo que es incómodo y doloroso!; y también , tener que aconsejar y valorar a los demás, a sabiendas, que como seres humanos que somos, debemos de  detenernos a pensar constantemente en nuestros propios desaciertos.

He perdido la paciencia en clase muchas veces y como el que no encuentra posición para dormirse, he tenido que escarbar en mi interior para buscar la ubicación adecuada y empezar de cero.
No creo que mi conducta merezca un premio. Soy tan indigna como el que no quiere recibir instrucción y mi comportamiento es tan inadecuado como el de mis alumnos. Soy imperfecta.


Por todo esto, digo yo, que no hacen falta más condecoraciones ni consideraciones en nuestra vida, pues ya recibimos con esta reflexión el mayor galardón: saber cuán complicado es guiar nuestra propia alma por un sendero justo.