Jamás le vi temblar de miedo a mi maestro ante el público, porque entregaba todo lo que sabía con amor y generosidad. Todo su espíritu se fundía con el auditorio. Su técnica era grande, pero su alma y su expresividad era mayor.
Al acabar un concierto disfrutaba de la alegría que transmitía a los oyentes. Luego en casa escuchaba lo grabado y buscaba sus propios fallos y aciertos, se autocriticaba...en búsqueda de la perfección.
Pero su imperfección era perfecta.
Aquello que llamamos imperfección puede esconder un amor infinito. No hay palabras.