martes, 25 de junio de 2019

Almas, hercios, frecuencias...









Las frecuencias medidas en hercios determinan la altura de los sonidos. Las reglas de la armonía tradicional se basan en los conceptos de la consonancia y la disonancia. Cuando era una joven alumna en el Conservatorio, peleaba con ello y debatía sobre la subjetividad de estos dos conceptos sin querer comprender que históricamente esas nociones estaban establecidas por teóricos de la música. Cerraba mi mente y me enfadaba con ellos, con mi profesor y con el mundo. Es lo que tiene la adolescencia pura y dura.

El paso del tiempo nos enseña a comprender mejor la historia, la física y lo inevitable que es ignorar el conocimiento, saber abrir nuestra mente y conocer lo bello de la vida.
Esa vida en la que todo es parecido o es diferente... Se dice que cuando hay almas que vibran en una frecuencia similar y armonizan entre ellas, son almas afines. Cuando esa puerta de la armonía de nuestro corazón se abre de par en par, permitimos el acceso a diferentes frecuencias que buscan la asonancia en nuestro interior.

Hay intérpretes que se juntan por primera vez para tocar una obra, sin conocerse de nada y son incapaces de conmoverse, inútiles para congeniar o nulos para sentir la misma pasión en la apreciación de una melodía. Por fortuna, frecuentemente, sucede lo contrario.
Lo maravilloso surge en la perfecta armonía y comprensión de la música.Intérpretes que generan con ilusión una misma idea y perciben no sólo el arte, sino la vida misma con una comunión increíble.
Aquella concomitancia que puede parecernos sorprendente, puede llegar a transformarse en el principio de una bella amistad, una genialidad artística o incluso, en un gran amor, como ha sucedido en cantidad de ocasiones.
La inquietante leyenda japonesa de los hilos rojos parece ser más real que nunca cuando conocemos a alguien que palpita a la vez que nosotros y se embriaga del mismo vino, saboreando la misma copa mientras observamos cómo se difuminan los rayos de la tarde entre las nubes de algodón.

He conocido tantas almas afines con las que me he emocionado, he reído, he consumido tardes de charlas y momentos únicos... Pero ese hilo rojo, del que tanto se habla, parece ser que es otra cuestión. Unos ojos de color ámbar me relataron este cuento oriental con sabor a kumquat, asegurando su veracidad.
La leyenda habla de una  frecuencia  perfecta, la gran consonancia, una unión que nunca desaparece, aunque te alejes.
En una cuerda de violín suenan sus diferentes armónicos, sonidos puros engendrados de una misma tensión. Aunque relajemos el tono de la cuerda, siguen apareciendo frecuencias afines y no podemos escapar del sonido hasta que la cuerda se rompe y muere.
Sin embargo, el lazo rojo de la leyenda japonesa no se puede romper. No existen las casualidades, todo tiene su razón de ser, cuenta la historia.
 En China hay una leyenda parecida que habla de un anciano que baja de la luna, Yuèlao y junta nuestras almas para siempre mediante un vínculo parecido a las frecuencias musicales.

Pienso muchas veces, en esas mágicas pupilas que me observaban fijamente para conocer mi reacción  a esta fábula y la verdad de ese lazo rojo en nuestro meñique. Desde entonces, medito sobre la vibración de las almas y el verdadero amor que en ellas se encuentran.