Alguna vez he hablado de la satisfacción como profesora de ver la progresión o el triunfo de mis alumnos. También he comentado sobre discípulos que aprovechan las enseñanzas y otros que las rechazan o no progresan como sería deseable.
En alguna ocasión he escrito sobre instructores crueles y duros de los que nos queda la enseñanza de la vida y de pedagogos buenos y bondadosos de los que aprendemos el verdadero sentido de la didáctica. Hoy, sin embargo, me ha surgido la hora de hablar desde el corazón, del aprendizaje en la madurez.
Es un regalo, un obsequio increíble. La decisión de estudiar y aprender en la edad adulta es turbada, en ocasiones, sin embargo, por nuestros propios prejuicios, sentido del ridículo o falta de amor propio. Él azar o el destino es a veces, quien nos da un empujoncito para que pasemos a la antesala de un nuevo conocimiento. Nunca hay que perder esa ocasión y cerrar nuestra mente. Esa posibilidad de ocupar un sitio en un aula diferente o en la banqueta de un piano, por ejemplo, es muy tentadora.
Cuando se da el paso y se decide continuar con esa segunda oportunidad que nos ha dado la vida es conveniente esperar un tiempo para reflexionar y analizar la situación de modo que podamos valorar el bien que nos ha reportado ese nuevo saber.
Parece que ya no somos niños para ser manejados por incompetentes o gente despreciable que te ignora como alumno para aprovecharse tan solo de tu dinero. Pero sigue sucediendo, por desgracia.
Y tiene que ser terrible caer en el desánimo de creer que no progresas por tu propia incompetencia o por tu edad.
Cuando se despejan los nubarrones de las dudas y miras hacia atrás, recuerdas quién eras y dónde estás ahora. Ese es el mejor punto de vista al que hay que llegar para el examen final: distinguir cómo está tu espíritu ahora y si eres mejor persona que antes.
La alegría de encontrar un guía, un maestro recto y ecuánime en nuestra madurez es una bendición. Poder aprender con interés, perseverancia, sabiendo que siempre vas a tener a alguien que te va a apoyar, es lo más que se puede pedir. También es de admirar al adulto que se arriesga a pisar un nuevo sendero, sin duda, pero más aún al maestro que pone todo su empeño en dar luz e iluminar ese camino con sus justas enseñanzas sin discriminar por edad o sexo y mira orgulloso en silencio el progreso de sus alumnos.
Para ellos, mi más profunda admiración y respeto. Gracias. Está en nuestra mano descubrir nuestros propios talentos porque hay cosas en la vida que no se pueden enseñar ni aprender: el sentimiento y la sensibilidad en el Arte están dentro de nosotros mismos y a nosotros nos toca descubrirlo.