martes, 16 de julio de 2019

Una broma en la noche















Almagro.1.30 de la madrugada. Pareciera que la obra de D. Lope de Vega, "El castigo sin venganza", no hubiera terminado aún y el encanto de aquella noche andaluza prosiguiera reflejada en carne viva en la tenue luz de las farolas entre callejuelas.

Aquel murciélago que había estado sobrevolando  el escenario durante toda la actuación no reapareció. A pesar de alejarme  del jolgorio nocturno de la plaza, aún se escuchaban cantos y música festiva como una extensión del recuerdo.

Una esbelta mujer de edad mediana con un niño de unos cuatro años cogido de su mano apagó el sonido de la noche , rompiendo el silencio de los pasos : "Yo lo que necesito es tiempo", sonó una profunda voz femenina.
Al girarme vi a un hombre no muy alto. No pude ver sus ojos pero estaba segura de que la miraba con gran intensidad, pues la dijo :"Después de 40 años, yo creo que podemos darnos una oportunidad..." Sus palabras sonaron melodramáticas, teñidas de un acento apasionado, casi suplicante.

Hacía mucho que no escuchaba algo tan romántico en directo : tiempo y oportunidades, dos curiosos sinónimos con significados diversos.

Deseé con todo mi ser que esa mujer obtuviera ese ansiado tiempo y que pudiera  dar su conformidad a ese acercamiento, y que él  pudiera ver realizado su deseo, existiendo la coyuntura para ese encuentro con ella.
 Especulé. ¿Viuda, acaso?, ¿Separada?...Ese instante robado a la casualidad me sonó tan cercano y necesario que me llenó de momentánea angustia. Me llevé la mano al pecho de la emoción, porque el momento era único; dos personas pendientes de Cronos para tener su minuto, donde quizás se reencontrarían, se volverían a mirar a los ojos y tal vez, se enamorarían.
 ¡Qué bello es el amor, es lo más bello del mundo!, pensé.

Pero , ¡ay, de mi ingenuidad! porque después el hombre se arrancó con un convite espontáneo, ya más animado: " Podríamos quedar y  tomar unas cervecitas". Solo sé que como un eco del calor en la penumbra entre el empedrado,  retumbó  una pequeña voz de niño espontáneo siglo XXI, amonestando: "Muchas cervecitas no, que sino mi madre se pone piripi."

Fin de la cuestión. Se apaga el telón.