La resistencia a aceptar lo que por sí solo, naturalmente, aparece, nos impide aplicar una pomada contra el dolor y observar el hecho de la simple aceptación de lo evidente o inevitable con la paz en nuestro corazón.
La fuerza contraria o la negación no aplica soluciones sino que conlleva el misterioso sufrimiento engendrado por nuestro propio espíritu.Esa dolorosa persistencia a seguir un camino, a nuestros ojos más beneficioso, o a no ver la salida a nuestros problemas se ataja con la aceptación.
Cuando aceptamos, nos arriesgamos a vivir en aquel espacio reservado por el tiempo para nosotros. Es posible que aquel agujero negro en el que nos introducimos, se pueda ensanchar y un abismo terrible, si, ¿porqué no? nos pueda tragar y hasta incluso hacernos desaparecer; o puede que por el contrario, no suceda nada de lo que suponemos y aquel monstruo nuestro imaginario no fuera tal dragón, sino una bella rosa en el claro de un bosque....
No hablo de resignación . Hablo de aceptación con todas sus consecuencias.
Si acepto con resignación, la aventura que es nuestra vida ,se tuerce como una tuerca sin fin hasta dejarnos sin fuerzas.
Si me resigno, no acepto , sufro.
Si acepto, descubro.
Escuchamos la enseñanza del viento cuando habla y nos dice entre jadeos por dónde hemos de caminar para que las hojas empujadas por su fuerza, no nos lastimen, mientras su silbido nos acoje entre las rocas. Y así guarecidos en ese estrecho hábitat que la vida nos ofrece debemos aceptar esa sonrisa del destino con su regalo sorpresa, averiguar dónde se esconde... y, eso si, disfrutar de ese momento.