jueves, 3 de abril de 2014
El indiscreto fisgón
Está dondequiera que vayas: en el super, en la esquina sacando al perro, en el autobús, si vas de paseo por la playa. Esa mujer con el don de la ubiquidad se denomina metomentodo.
No hay lugar donde estés a salvo de su vigilancia constante. Su cerebro es un megaordenador a prueba de fallos; sabe nombres, apellidos, lugar de nacimiento, tu vida en verso. En otros sitios, la llaman "la cotilla del barrio".
En todos los barrios o pueblos hay una. También hay hombres sabelotodos y preguntones, porque este, digamos, "defectillo", no es sólo un mal del género femenino. Suelen permanecer mucho tiempo en constante vigilancia, no se cansan. Su interés por el saber la vida ajena les aporta una energía extra que muy pocos poseen. Saben llegar al suceso en el momento adecuado. Sus rayos X en los ojos les aporta la virtud de ver a través de escaparates, puertas....y un superoído que hace que tiemble el whisperXL ese que anuncian en televisión.
Nada se les escapa: defunciones, enfermedades, separaciones, maltratos, nacimientos y estudios de los hijos del vecino. Como secretarios en un centro de estudios serían un ahorro en almacenamiento de datos. Vivirían felices entre tantos y tantos cotilleos....pero, no. No saben guardar un secreto.
Mal de uno, Sabiduría para todos. Al momento está publicado en el "Financial Times" del pueblo, la triste situación económica de esos pobrecitos, que además tienen cinco hijos, que no se para qué tuvieron tantos, porque ella se hizo una ligadura de trompas y le falló, y anduvo con otro antes, no te creas, que el vecino de la de abajo, que está con gripe, por cierto, estuvo saliendo con ella lo menos siete meses y dicen que tuvo que ir corriendo a Londres y a la madre le dio una apoplejía a la pobre del disgusto y la tuvieron que ingresar en Cruces......y ya me he perdido entre tanta palabra vana.
Brujas. Brujas habladoras y demonios que las escuchan. Eso es lo que son, decimos.
Inocentes nosotros, atrapados por la maraña del comadreo, ilusos, no podemos hacer nada más que dos cosas: zafarse de la garra del correveidile o participar y enterarnos de la habladuría.
Se hace más prudente, evaporarse cual mago de las artes ocultas que escuchar el chismorreo inocente, puesto que, seguramente, al sentirlo tan verídico , nos apetecerá contarlo.
Poner atención al servicio del rumor más sorprendente puede ser una mala idea. "No ver, no oír, no decir" filosofan los tres monos sabios japoneses, donde se aconseja prudencia como código de conducta moral.