domingo, 20 de abril de 2014

Cuerpo y música




Ahora es fácil recordar el nombre o reconocer el título de una canción o melodía. Basta con descargarse el programa informático adecuado para que éste realice la difícil tarea de buscar o identificar aquella canción que oímos el otro día o que no sabemos cómo se titula. Así es de sencillo hoy en día.
Hablaba en clase este mes de la música popular y de su transmisión oral, de la maravilla de la recopilación y del trabajo de muchos musicólogos, antropólogos e historiadores que investigan aquí y allá pidiendo al pueblo que interprete una sencilla melodía para transcribirla en papel y que  nosotros podamos también representarla, cantarla y conocerla.
Todos hemos escuchado antiguas canciones con diferentes letras, pequeñas variaciones en su entonación: una nota que no se sabe si es alterada o no, incluso un pequeño adorno o una coda de diferencia. Pero el cuerpo, la base de esa música milagrosamente pasada de generación en generación, juraríamos que se mantiene.
Como en todo, la contaminación existe como jugando a través de los tiempos al teléfono estropeado y como un bulo o una mentira pasa y llega la melodía sin ese cuerpo, distorsionada, con otro mensaje y con otra alegría. Y qué pena nos da no saber a ciencia cierta si es verdad lo que se canta o nos hemos inventado una birria.
Fragmentos que se pierden en el camino, como un mosaico romano con piezas rotas, así es el folklore a veces, un recuerdo o una chispa de algo que estuvo vivo.
En la música antigua, notas erosionadas por el tiempo, letras de difusión dudosa, atribuidas a personajes históricos, de autores anónimos, con una leyenda escondida, abrazadas de una profunda nostalgia.
El cuerpo que abrazamos,aunque es una mentira lo amamos. Perverso el tiempo que nos cambia las coplas, las notas y los ornamentos. Nos encogemos de hombros, ignorantes sin remedio por lo que nos llega  y aún así, felices nosotros, lo tarareamos.