Nos aferramos a la tierra,
hundiendo las uñas en la suciedad,
huele a campo recién regado,
a estiércol a ratos.
Y no nos importa cuan cerca esté el suelo
pues hemos olvidado la verdad
en la cumbre de la montaña ,
jugando con cantos rodados y flores,
campanillas de colores,
que nos confunden
con su tintineo alegre y abierto.
Tocan los instrumentos a la vez, tan fuerte,
que no somos capaces de distinguir
la verdadera melodía.
Así emborrachados de notas
el cielo se oscurece
y no lo vemos,
no recordamos siquiera, que una vez ,
rozamos con los dedos,
la suprema energía.
Nos aferramos tanto a la tierra
que no sabemos regresar
al sendero verdadero,
allí donde prometimos secreta fidelidad
porque está todo tan oscuro y tenebroso
que no hay claridad posible
si nuestra mente no se abre de nuevo
para encender la luz eterna.