Minerva había capturado una extraña lechuza. Aquella noche sucedió algo extraordinario en su bosque-jardín exótico; en el interior de la jaula de color dorado que ella escondía, debajo de una cubierta negra había una lechuza atrapada . Al entrar por el agujero, la puerta se le había cerrado con una trampilla automática y el ave se había quedado aislada sin posibilidad de huida.
Le gustó aquella forma de corazón de su cabeza , el plumaje de aspecto suave y vistoso aunque, no tanto, un inusual aspecto medio albino y medio morado que recubría su cuerpo.
Estuvo un tiempo contemplándolo y observó contrariada que tenía una pata herida. Había sangre en el suelo. Sin duda, había estado buscando refugio para curarse y sin querer, se había encontrado con una cárcel de por medio. Parecía como si la aparición de esa lechuza fuera un presagio que augurara algún acontecimiento en su vida o por lo menos, así lo presentía Minerva.
Durante unos días le alimentó como pudo ofreciéndole insectos, algún pajarillo y algún que otro roedor que compró en la tienda del pueblo. Se los traía vivos, los posaba en la jaula como si fueran una ofrenda mística hasta que él se lanzaba sobre ellos y los devoraba sin contemplaciones.
Colocó la gran jaula junto a un olivo cerca de la casa y dejó abierta la puerta de par en par para ver si salía. Aquel día el tiempo estaba agitado; durante toda la tarde había hecho un viento un tanto inquietante, y ya de noche, por fin, observó con alegría cómo salía con timidez, dando saltitos hasta desaparecer con un bonito vuelo desplegando sus enormes alas. Pero al día siguiente regresó.
Así se acostumbró a ir y volver y para cuando se dieron cuenta pasados los días, ya se habían hecho amigos. Un día la lechuza se puso a hablar con Minerva para su sorpresa. En ese momento mágico le contó cómo una crueles mujeres habían intentado teñir de color morado sus plumas para que fuera la mascota de una manifestación feminista. Ante tamaña maldad había reaccionado con espanto, con tan mala fortuna que su patita se había dañado en la huida.
Pero tú no estás conmigo por casualidad ni para contarme eso ¿verdad?- Le preguntó Minerva- Tu presencia en mi jardín tiene algún significado añadido. ¿Me equivoco?
La lechuza posó sus penetrantes ojos en la mujer y no quiso contestar. Como toda respuesta se giró en redondo y se marchó volando hasta desparecer entre la niebla de la noche.
La pregunta sin respuesta quedó en aire como un enigma místico...Aún Minerva busca respuestas a sus incógnitas en el aire. Quizás la solución a todos nuestros conflictos están en nuestra propia conciencia.