Aunque se cuenta en el Génesis Bíblico que todo empezó con una manzana, mi relato comienza con una calabaza. La historia es de hebras de oro que se peinan en una sartén, preparando un dulce para el invierno que se acerca.
Afuera cantan cuentos de la antigüedad, dicen que son de un origen celta y juegan con las calabazas, se disfrazan y se burlan de la muerte, como si fuera obligatorio.Les oigo. La calabaza no se ríe de los difuntos, ni tiene luz,pero parece inmortal.
Los hilos parecen serpientes que se enredan en mi cuchara de boj y me evocan la representación oriental de la Iluminación, la Sabiduría y el Conocimiento de la cultura oriental, el báculo de Asclepio y la Copa de Higía, el símbolo de la medicina y de la farmacia. Añado el azucar, la canela y la cáscara de limón.
No hay muerte sin vida, calabazas que viven para ser transformadas en un delicioso alimento. Energía que se restaura.
Son cabellos de ángel, no cabellos de Medusa, me digo, mortal su sangre por la vena izquierda y resucitadora por el derecho.
De una calabaza, una historia.