Me fascinan los rincones oscuros, esos que están ocultos entre árboles verdes y sombríos. Esos, que a veces, me hacen olvidar este mundo plagado de historias que cuchichean envidias y soberbias.
Con esa habilidad que tiene lo extraño, surges tú, en ese recóndito misterio, entre el silencio monótono de un viaje en automóvil. Mi mirada perdida en las ventanas como siempre, despliega inocente, diapositivas de carreteras, montañas y peraltes metálicos... Son, cuando menos lo espero, los recordatorios de esa rareza tan tuya. Eres tú. el que me provoca toda clase de remembranzas, consiguiendo que aún tiemble de placer sintiendo tu cuerpo y el mío, tan vivos y tan cercanos, como el primer día. Es tan sobrenatural, que tengo miedo.
Como si me acariciaras, transcurren los minutos, en ese vaivén de ilusiones. Imagino lo imposible. Hace mucho que estoy resignada a la triste tarde que indica la altura del tiempo, la que me anuncia que ya pasó el momento y el lugar. Nunca el ayer estuvo tan lejos. Y en un acto de desesperación, te escribo a deshoras, cuando duermen los caminos. Siempre fui trovadora que gritaba justicia. No había sordo que no me escuchara, ni ciego que no me leyera. Pero hoy, parece que nadie siente mi pena, ni siquiera, aquellos que decían que me comprendían. Mis horas bajas lanzan cuchillos sin filo en las puertas de los locos. Y ellos, que parecen ser los más cuerdos, son clarividentes que logran desprecintar al fin, el sentido de mis palabras, descubriendo este discurso de amor.
Y aquí, entre pan y pan, coloco mis sentimientos, para que los muerdan con los dientes mis odiadores. Mi historia servida en bandeja, para que sea digerida por este dragón que es la vida, una vida que solo me ofrece un cuerpo, cuando sabe muy a ciencia cierta, que lo que yo más deseo, es poseer toda su alma divina, ese bosque impenetrable que por desgracia, jamás será mío.
Isabel Bravo©