Duele el alma con frecuencia de tanto gritarla. Hay muchos textos que son, con franqueza, reveladores. Contienen las dosis necesarias de desesperanza, de tristeza y de inquietud, dejando nuestro interior casi afónico.
La poetisa norteamericana Sara Teasdale, fallecida por sobredosis en 1933, escribió esta sobrecogedora poesía:
"Vendrán lluvias suaves y olor a tierra mojada,
Y golondrinas rolando con su chispeante sonido;
Y ranas en los estanques cantando en la noche,
Y ciruelos silvestres de trémula blancura.
Los petirrojos vestirán su plumoso fuego
Silbando sus caprichos sobre el cercado;
Y nadie sabrá de la guerra, a nadie
Preocupará cuando el fin haya acabado.
A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,
Si toda la humanidad pereciera;
Y la propia Primavera, cuando despertara al alba,
Apenas se daría cuenta de nuestra partida."
Me hace pensar que la vida no ha cambiado en absoluto y que el mundo sigue siendo muy superficial, despreciando la naturaleza y aferrándose a lo material sin tener en cuenta los peligros que contiene nuestro propio egoísmo.
Este misterio que es el amor, parece que a nadie le importa ya.